PAÍS MÍO

Bendecido / Maldecido

«Me pidió ayuda con un grito, un alarido casi. No son figuras lingüísticas. Me pidió una, dos, mil veces… pero ya el día había hecho lo suyo, ya no tenía bolsillos»

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater
Published in
3 min readApr 1, 2024

--

Foto: Belice Blanco.

Por Reinaldo Cedeño Pineda

¿Qué historia habrá detrás de esa mano sarmentosa asida a la empuñadura del bastón, y de la otra, que se extiende con la palma abierta? Ella se sienta en un escalón, entre un garaje lleno de viandas y un balcón a donde venden queso blanco a _______ pesos la libra.

Es una imagen contrastante, doliente.

Podría ser mi abuela, aquella que lavaba la ropa de un ejército, que cocinaba en unas ollas enormes para el mismo ejército. Sus manos se le parecen, o es el tiempo, o es el dolor. Le entrego un billetico azul con Camilo Cienfuegos al centro. Sé que la inflación en la que vivimos, ha vuelto nada este papel con el héroe al centro… pero tengo el dinero justo para regresar.

―Que Dios te bendiga, mijo…

Unos pasos después me sale al camino, cual una aparición, una anciana encorvada, enjuta, negra como ácana. Una voz susurrante, una lágrima a punto. Otra vez me adoptan en la calle.

―Mijito… para completar pa’ una medicina.

Seguí de largo, pero busqué instintivamente y apareció un arrugado billetico con Máximo Gómez de un lado y los fusiles en alto del otro, anunciando en el marbete: «Guerra de todo el pueblo». Sí, hay muchas batallas. Desandé lo andado y le extendí el dinero a la anciana. Agradeció con un gesto y se fue todo lo rápido que le permitían sus años.

Era un día modular. Así le llamo, para estar en onda. Son esos que designas para hacer unas cuantas gestiones, en que rezas para que algunas fructifiquen, en que haces un croquis para ver las calles más convenientes, en que te auxilias de un papelito, en que vas tachando, en que…

De un lado a otro, explicando aquí, rogando allá, exigiendo acullá. Como decía Cocteau: hablar, acariciar y golpear. Por la derecha, por la izquierda, por arriba y por abajo. Servir en Cuba, dije alguna vez, es una palabra que algunos han arrancado del diccionario.

Ciertas gestiones vencidas y otras pospuestas. Apagones, carteles justificativos que siempre te piden las mismas disculpas por los mismos irrespetos, tiques ya entregados, colas desbordadas. Iba ya de regreso, cuando se apareció él en la esquina más transitada.

Se me plantó delante, esperpéntico, con las ropas raídas, con un cacharro a modo de vaso. Recordé el tango de Piazzola, cantado al estilo de la Fornés: «Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizón en el viaje a Venus». Tal vez, con suerte, se había comido el medio melón que el famoso tema le asigna en la cabeza.

Me pidió ayuda con un grito, un alarido casi. No son figuras lingüísticas. Me pidió una, dos, mil veces… pero ya el día había hecho lo suyo, ya no tenía bolsillos. Y entonces, el tercer mendigo del día, dijo lo que dijo. Para él, para mí. Lo repitió tres veces: «Maldito… maldito… maldito».

La vuelta a casa fue como siempre, lenta y apretada. Aquella imprecación me fue martillando parada por parada, hasta el final. Le conté a mi padre, que hace malabares con su pensión ―cinco veces la que tenía antes del ordenamiento, pero cinco veces menor― y me dio dos palmadas en el hombro.

Este es el episodio de un martes de camino, es la contada que ahora mismo escribo. Para ellos, es la vida.

--

--